martes, 15 de julio de 2014

El Verdugo

                     El sol empezó a despuntar en el horizonte, la ciudad de Bagdag empezó a despertar, perezosa. 
La sombra de orgullosos minaretes se dibujaba en el suelo de la plaza, a la derecha de esta, se encontraban los asientos para los magistrados; el califa, su sequito y uno o dos ciudadanos notables; en el centro, el cadalso esperaba imperterrito al acusado. El verdugo; un hombre que rondaba los cuarenta, fuerte y velludo, vestido de negro y con capucha; esperaba en una esquina. El verdugo había matado a mucha gente a lo largo de su carrera, antes como soldado, ahora como verdugo, pero, por primera vez en su vida le temblaba el pulso. El acusado era su único amigo... y ahora él, un paría de la sociedad, se veía obligado a acabar con su único benefactor. El brillo de su cimitarra le devolvió a la realidad: El hombre había sido condenado ¡ERA SU DEBER! 
Pero aún así...
Se resignó y encomendó el alma de su amigo al altisimo. 


Koldo Ugarte Diez

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