Agapito
Pérez González, era un hombre muy reservado, y eso le gustaba a la gente. ¡Quién
mejor para guardar sus secretos, calmar sus quejas, deshacer sus cuitas y
reflexionar ante él! Agapito permanecía callado, no juzgaba, no opinaba, no reprochaba,
no asentía, no negaba, solo escuchaba.
La
gente comenzó a asediarlo, lo consultaban en los cafés de la mañana, en los
filetes del mediodía, en los bocadillos de la tarde, en los chipirones de la
cena… ¡Hasta en sueños le consultaban!
Siendo
él un hombre tan servicial no supo, y no pudo negarse a atenderlos a todos. Los
que le consultaban se peleaban entre ellos por su atención ensordeciendo la
vida. Agapito languideció, enfermó y perdió peso.
Un día
una brillante idea le golpeó iluminando todos los oscuros recovecos de su
mente: ¡Podía poner turnos y atenderlos por orden de reserva!
Y la
puso en práctica, ¡vaya si la puso en práctica!
Y así
lleva haciéndolo milenios enteros, por cierto la muerte tiene el numero
698297349 ¡Debió de haber reservado mil años antes!
Por Koldo Ugarte
Por Koldo Ugarte
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